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Una temporada de campeonatos en tierra de mariachis

  • Integrantes del Mariachi Nuevo Santander entre bastidores en el Extravaganza...

    Benjamin Lowy para The New York Times

    Integrantes del Mariachi Nuevo Santander entre bastidores en el Extravaganza 2021. La Escuela Secundaria Roma envió sus bandas principal y junior a la competencia.

  • Viviana García, violinista del Mariachi Nuevo Santander de la Escuela...

    Benjamin Lowy para The New York Times

    Viviana García, violinista del Mariachi Nuevo Santander de la Escuela Secundaria Roma, con sus compañeros antes de presentarse en la competencia.

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  • Integrantes del Mariachi Cascabel al conocer su victoria en el...

    Benjamin Lowy para The New York Times

    Integrantes del Mariachi Cascabel al conocer su victoria en el festival Mariachi Vargas Extravaganza 2021, un triunfo que les otorga el derecho a ostentarse como campeones nacionales de mariachi.

  • Alumnos de cada institución ensayando durante el mes previo a...

    Benjamin Lowy para The New York Times

    Alumnos de cada institución ensayando durante el mes previo a la competición. Desde arriba: secundaria de Rio Grande City; Escuela Secundaria Grulla; Escuela Secundaria Roma.

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  • "No sé ni qué sentir, ha sido una montaña rusa",...

    Benjamin Lowy para The New York Times

    "No sé ni qué sentir, ha sido una montaña rusa", dijo Zárate.

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  • Los ensayos para el Extravaganza 2021 en tres escuelas secundarias...

    Benjamin Lowy para The New York Times

    Los ensayos para el Extravaganza 2021 en tres escuelas secundarias del condado de Starr, Texas, donde las ciudades son más antiguas que la cercana frontera con México y las bandas estudiantiles de mariachi suelen ser las mejores del país. Desde arriba: Marcos Zárate, director del programa de mariachis en la Escuela Secundaria Rio Grande City, con sus alumnos; Eloy Garza, director del programa de la Escuela Secundaria Roma; Alfonso Rodríguez, director del programa en la Escuela Secundaria La Grulla.

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  • Arleth García, de la Escuela Secundaria Grulla, con sus compañeros...

    Benjamin Lowy para The New York Times

    Arleth García, de la Escuela Secundaria Grulla, con sus compañeros antes de participar en la competencia.

  • 'Cuando te haces mariachi, siempre serás un mariachi', afirmó Yamil...

    Benjamin Lowy para The New York Times

    'Cuando te haces mariachi, siempre serás un mariachi', afirmó Yamil Yunes, quien fundó el grupo de Roma.

  • Miembros del Mariachi Grulla de Plata de la Escuela Secundaria...

    Benjamin Lowy para The New York Times

    Miembros del Mariachi Grulla de Plata de la Escuela Secundaria La Grulla en el festival Extravaganza 2021 con sus trajes de charro.

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  • Melody Quiroz con sus compañeros del Mariachi Cascabel de la...

    Benjamin Lowy para The New York Times

    Melody Quiroz con sus compañeros del Mariachi Cascabel de la escuela secundaria de Rio Grande City, entre bastidores en el festival Mariachi Vargas Extravaganza, en San Antonio, en diciembre.

  • Michelle Meraz, integrante del Mariachi Cascabel, actuando en la competencia...

    Benjamin Lowy para The New York Times

    Michelle Meraz, integrante del Mariachi Cascabel, actuando en la competencia vocal solista de la Extravaganza.

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ERA UN CALUROSO LUNES DE FINALES DE AGOSTO DE 2021, y Marcos Zárate empezaba su segunda semana como director del programa de mariachis en la Escuela Secundaria Rio Grande City, en Texas. En su sala de ensayos, 17 estudiantes vestidos con pantalones de mezclilla y camisetas escolares estaban de pie en medio círculo, tocando canciones de memoria. Había decenas de trofeos en una pared y, en otra, alguien había colgado un alegre cartel pintado a mano con el nombre del conjunto: “Mariachi Cascabel”. La pandemia había tenido a los jóvenes músicos recluidos en casa durante los últimos 18 meses, y ahora, recién salidos del confinamiento, estaban ansiosos por volver a tocar como grupo, por sentir la adrenalina y la transformación de hallarse en un escenario.

Vestido de negro, con el pelo engominado y peinado hacia atrás, Zárate, de 40 años, se paseaba por la sala, escuchando con atención. “¡Alto!”, gritó cuando los alumnos arrancaron con un huapango llamado “A la luz de los cocuyos”. Había problemas.

”Esos trinos, tienen que salir mucho más fuerte. Cuidado al principio —ta ta ta ta ta— quiero escuchar todas las notas juntas al mismo volumen. No quiero escuchar ta ta TÁ ta TÁ ta TÁ. Más definido. ¿ENTENDIDO? ¡Desde el principio!”.

Volvieron a empezar y tocaron las mismas canciones una y otra vez. Zárate se paseaba entre ellos, cantando al ritmo de los instrumentos. Cuando se le acababan las maneras de explicar algo en inglés, lo hacía en español, idioma que entiendían todos sus alumnos. “Si quieres ser competitivo, en especial en esta parte del Valle, tienes que ser súper detallista”, me dijo. ”Eso es lo que le da el estilo a la música de mariachi, todos esos detallitos que estábamos repasando. Esa es la belleza del mariachi”.

El resto del ensayo fue un coro de instrucciones:

”A ver, oigan, ahora vamos a interpretarlo. Interprétenlo“.

”¡Golpea! ¡Súbanle!”

“¡Asegúrense de que todos se detengan en la misma parte del arco!”.

“¡Más agresivo! Esa primera nota es demasiado, demasiado suave”.

“¡Asegúrense de empezar juntos, juntos, juntos!

“Desde el principio”, dijo en inglés, y luego en español: “¡ahora sí!”.

Hasta hacía unas semanas, Zárate dirigía el programa de mariachis en una escuela media cercana, pero el director de la secundaria dimitió y, al acercarse el final del verano, el distrito escolar instó a Zárate para que tomara el trabajo. Ahora era responsable de la escuela secundaria y supervisaba dos escuelas medias cuyos mariachis habían perdido estudiantes durante la pandemia. Aún no había un sustituto para él en una de las escuelas y la otra tenía un director bastante nuevo. Tan solo el trabajo administrativo que tenía que hacer era abrumador. “No estaba preparado mentalmente para esto”, señaló, pero aceptó el puesto por su sentido del deber. Ahora tenía que reconstruir todo el plan de estudios mientras preparaba al grupo representativo de la secundaria para que compitiera en el primer concurso del año y el más decisivo, el Mariachi Vargas Extravaganza, que se llevaría a cabo en diciembre.

Viviana García, violinista del Mariachi Nuevo Santander de la Escuela Secundaria Roma, con sus compañeros antes de presentarse en la competencia.
Viviana García, violinista del Mariachi Nuevo Santander de la Escuela Secundaria Roma, con sus compañeros antes de presentarse en la competencia.

Este festival, que se celebra cada año en San Antonio, toma su nombre del Mariachi Vargas de Tecalitlán, el más antiguo que sigue operando en México, cuyos miembros participaban como jueces. Extravaganza es el concurso más importante para grupos de estudiantes y vocalistas independientes de todo el país, se ha celebrado durante 26 años y fue fundado por Cynthia Muñoz, una ejecutiva de relaciones públicas que tocaba en un mariachi cuando era adolescente. Aunque habría otros concursos en la segunda mitad del año escolar, un trofeo de primer lugar en este festival era el título más codiciado de la temporada porque los ganadores podían decir que eran campeones nacionales.

El Mariachi Cascabel era uno de los mejores grupos de secundaria de Estados Unidos, pero tenía una fuerte competencia. Durante años, los estudiantes del bajo Valle del Río Grande, la región que se extiende a lo largo del río Bravo en el sur de Texas, han liderado un renovado interés por la música de mariachis en todo Estados Unidos. Tres de los mejores grupos están ahí, en el condado de Starr, uno de los más pobres de Texas. Los mayores rivales de Zárate estaban río arriba y río abajo, a lo largo de la carretera 83, en las escuelas secundarias Roma y La Grulla. Roma era la escuela que tenían que derrotar. En los últimos siete concursos Extravaganza, su equipo representativo había ganado cuatro títulos y empatado dos más, una vez con La Grulla y otra con Rio Grande City.

Los directores se conocen bien porque estudiaron en el mismo programa de formación de mariachis de la Universidad de Texas-Pan American, en la cercana ciudad de Edimburg, y tenían más o menos la misma edad. El director de Roma, Eloy Garza, un año más joven que Zárate, les dio clases por un tiempo a los mariachis de la escuela intermedia en Rio Grande City, y luego se marchó para tocar con el respetado Mariachi Sol de México en su gira con la superestrella mexicana Luis Miguel; recorrieron Estados Unidos, México y Sudamérica mientras él analizaba cómo se preparaba un mariachi de élite. “Después de ese año, obtuve todos los conocimientos que necesitaba”, aseveró. Regresó a Rio Grande City y su mariachi de la escuela intermedia empezó a acumular trofeos. Luego lo trajeron de nuevo a Roma, su ciudad natal, para revivir el que fuera el legendario Mariachi Nuevo Santander. Ese fue el año en el que el equipo comenzó su racha de títulos en el concurso Extravaganza.

Los ensayos para el Extravaganza 2021 en tres escuelas secundarias del condado de Starr, Texas, donde las ciudades son más antiguas que la cercana frontera con México y las bandas estudiantiles de mariachi suelen ser las mejores del país. Desde arriba: Marcos Zárate, director del programa de mariachis en la Escuela Secundaria Rio Grande City, con sus alumnos; Eloy Garza, director del programa de la Escuela Secundaria Roma; Alfonso Rodríguez, director del programa en la Escuela Secundaria La Grulla.
Los ensayos para el Extravaganza 2021 en tres escuelas secundarias del condado de Starr, Texas, donde las ciudades son más antiguas que la cercana frontera con México y las bandas estudiantiles de mariachi suelen ser las mejores del país. Desde arriba: Marcos Zárate, director del programa de mariachis en la Escuela Secundaria Rio Grande City, con sus alumnos; Eloy Garza, director del programa de la Escuela Secundaria Roma; Alfonso Rodríguez, director del programa en la Escuela Secundaria La Grulla.

En el otro extremo del condado de Starr, Alfonso Rodriguez, quien entonces tenía 38 años y era el director del Mariachi Grulla de Plata, también estaba ansioso por ganar. Con solo 1500 habitantes, La Grulla tiene su propia escuela secundaria, pero comparte el distrito escolar con Rio Grande City. El comportamiento apacible de Rodriguez oculta su meticulosidad e intensidad como director. Desde que inició el programa de la escuela hace 12 años, su grupo representativo casi siempre había quedado entre los tres primeros lugares de la competencia. Cuando empató con Roma en el primer puesto, empezó a creer que podían ser los ganadores. Había salido del confinamiento más concentrado que nunca. ”Cada año”, dijo, ”compito contra mí mismo”.

A los directores les quedaba poco más de tres meses para seleccionar y hacerles arreglos a dos canciones, enseñar a los alumnos sus partes y ensayar y pulir sus espectáculos con tanta intensidad que los jóvenes músicos pudieran hacerlo con los ojos cerrados. Ahora que había pasado lo peor de la pandemia de COVID-19, los tres mariachis del condado de Starr estaban listos para saborear la gloria.

Las poblaciones que conforman el condado de Starr son más antiguas que México o Estados Unidos, por no mencionar que la frontera que separa a los dos países. En 1749, un militar español llamado José de Escandón estableció la colonia Nuevo Santander, que atravesaba el río Bravo en lo que hoy es el noreste de México y el sur de Texas. Las comunidades que se convertirían en Rio Grande City, La Grulla y Roma comenzaron como ranchos en concesiones de tierras españolas donde las familias criaban ovejas, cabras y ganado. La futura cultura vaquera de Texas nació en la región y floreció durante un siglo. Más tarde llegó una vertiginosa serie de conflictos: con la reafirmación de la independencia de México, Texas se separó y se unió a Estados Unidos y se inició la intervención estadounidense que terminó en 1848. El río se convirtió en frontera, y las tierras del norte se convirtieron en el condado de Starr. En solo cuatro décadas, sus habitantes habían pasado de ser españoles a mexicanos a texanos y a estadounidenses.

Integrantes del Mariachi Nuevo Santander entre bastidores en el Extravaganza 2021. La Escuela Secundaria Roma envió sus bandas principal  y junior a la competencia.
Integrantes del Mariachi Nuevo Santander entre bastidores en el Extravaganza 2021. La Escuela Secundaria Roma envió sus bandas principal y junior a la competencia.

Fue en esta época cuando el mariachi empezó a aparecer en la historia, pero pasó más de un siglo antes de que la música se afianzara en las escuelas del condado de Starr. Los músicos del oeste de México llevaban mucho tiempo fusionando los sonidos de los instrumentos de cuerda españoles con los estilos musicales y de interpretación de los pueblos indígenas y africanos; la palabra mariachi quizá proceda del nombre indígena de un tipo de árbol que era popular entre los lutieres locales. La palabra era tan conocida en 1852 que un sacerdote la usó en una carta para describir una banda cercana que hacía demasiado ruido. Jonathan Clark, historiador del mariachi, trazó el progreso de este género musical desde entonces. En la década de 1930, el mariachi emigró a las ciudades y adquirió un aspecto más elegante y un sonido más metálico con la adición de las trompetas. La música llegó al norte, a Los Ángeles, y fue allí, en 1961, que se creó uno de los primeros grupos profesionales de Estados Unidos, el Mariachi Los Camperos, así como el primer mariachi estudiantil, en la Universidad de California en Los Ángeles. Pronto empezaron a formarse otros grupos estudiantiles en California y Texas. En 1970, el distrito escolar de San Antonio inició su plan de estudios de mariachi para secundaria, el cual se convirtió en un modelo para otras escuelas del suroeste.

Cuando la música llegó a las escuelas del Valle del Río Grande una década más tarde, la región ya estaba preparada. Los habitantes de la frontera del sur de Texas tenían su propia tradición de música popular, primero con los corridos (baladas folclóricas del siglo XIX que narran acontecimientos y que cantaban los campesinos de ambos lados de la frontera) y posteriormente a través del conjunto, la música de los texanos que surgió en la década de 1920 gracias a la unión de los sonidos locales (la guitarra y el bajo sexto mexicano) con el acordeón de botones y los estilos de polca traídos a Texas por los inmigrantes alemanes, checos y polacos. La cultura también estaba lista. En el Valle, como llaman los habitantes a esta región, estos se sentían cómodos con su identidad mexicana y estadounidense, un laboratorio perfecto para un género musical que no conoce fronteras.

El primer mariachi de escuela secundaria de la región se fundó en 1982, en un poblado llamado La Joya. En parte fue creado para ayudar a integrar a los estudiantes inmigrantes mexicanos y también para reducir los índices de abandono escolar. Más tarde, en 1989, la Universidad de Texas-Pan American inauguró su plan de estudios para mariachi. El mariachi era una tradición oral, pero los instructores y los estudiantes comenzaron a escribir sus propias partituras. Aplicaron la pedagogía musical y las técnicas de la educación de bandas y orquestas. ”Cuando se empezaron a graduar estudiantes con títulos en música, la percepción cambió un poco”, señaló Dahlia Guerra, una pianista clásica que ayudó a fundar el plan de estudios y ahora es administradora universitaria de alto nivel. ”Así que ahora tenemos músicos profesionales que lo enseñan a este nivel. No quiero decir que sea mejor o peor que la tradición oral folclórica de México y lo que se ve en los restaurantes y otros lugares. Simplemente fue una forma más desarrollada, más erudita , de enseñar la música de los mariachis”. La escuela formó a generaciones de directores de este género. En la actualidad, la universidad se llama Universidad del Valle del Rio Grande de Texas y cuenta con el mariachi universitario más distinguido de Estados Unidos, el Mariachi Aztlán.

Yamil Yunes, quien fundó el mariachi de Roma en 1993, comentó que el nivel de formación musical y la intimidad de sus alumnos con la música y el idioma fueron dos de las razones por las que su plan de estudios terminó siendo un ejemplo para otras secundarias. Viajaba por el país como consultor, pero a veces le costaba trabajo ayudar a los directores a mejorar sus programas, porque los alumnos hablaban menos español y estaban más alejados de la cultura mexicana. Aseveró que hay algo profundamente perdurable en el mariachi y en la manera en que forma a los jóvenes que lo tocan. A diferencia de los estudiantes de las bandas escolares, que suelen dejar sus instrumentos cuando se gradúan, muchos estudiantes de mariachi siguen tocando aunque no se conviertan en músicos profesionales. “Cuando te haces mariachi, siempre serás un mariachi”, afirmó.

A mediados de octubre, el condado de Starr estaba en plena efervescencia de juegos de bienvenida, desfiles y fogatas. Los estadios se llenaban de familias vestidas con los colores de la escuela y de niñas con colas de caballo y moños gigantes. La temperatura seguía alcanzando los 32 grados Celsius, pero el otoño reducía la intensidad del calor sofocante del verano y traía consigo una prolífica sensación de posibilidad.

Un jueves por la noche, mientras la jornada escolar terminaba en Rio Grande City, Zárate estaba sentado en su oficina mirando fijamente su computadora. El ensayo estaba a punto de comenzar y él estaba terminando de escribir la canción de apertura para el Extravaganza. En un pizarrón de la sala de ensayos, justo afuera de su oficina, una de sus alumnas había escrito con rotulador rojo: “Días para Vargas: 41” y luego rodeó las palabras con una nube en tinta azul. Debajo añadió: ”No creas en la suerte, ¡cree en el trabajo duro!”, y subrayó dos veces esas dos últimas palabras.

Cada escuela tendría siete minutos para su presentación y el trabajo de los directores consistía en crear un programa deslumbrante que mostrara los puntos fuertes de todos sus alumnos. Los grupos tocaban primero una breve melodía de apertura, llamada tema, que presentaba a su equipo, y luego una canción más larga que destacaba su destreza técnica y presentaba los solos de cada sección instrumental. La mayoría de los directores contratan a compositores o arreglistas musicales; algunos hacen los arreglos de sus propias canciones y unos cuantos incluso las escriben desde cero. Rodriguez había contratado a alguien que escribiera para el grupo de La Grulla y había añadido sus propios toques. Su equipo era el más avanzado ya que llevaba tres semanas ensayando sus dos canciones. Garza se había ido a un retiro de dos días a principios de esa semana para preparar la música de la escuela Roma, donde escribió un tema original e hizo los arreglos de una canción popular para la parte principal del programa. Hicieron ensayos adicionales para que los alumnos pudieran dominar los aspectos básicos y luego pasar a la práctica y el perfeccionamiento.

Alumnos de cada institución ensayando durante el mes previo a la competición. Desde arriba: secundaria de Rio Grande City; Escuela Secundaria Grulla; Escuela Secundaria Roma.
Alumnos de cada institución ensayando durante el mes previo a la competición. Desde arriba: secundaria de Rio Grande City; Escuela Secundaria Grulla; Escuela Secundaria Roma.

A diferencia de los demás, Zárate tenía previsto escribir las dos canciones: el espectáculo sería de pura música original. Era su primer año y quería que fuera especial; sin embargo, lo único que tenía en ese momento era la melodía de apertura, que duraba 2 minutos y 30 segundos. Los estudiantes empezaban a entrar en la sala, así que presionó el botón de imprimir en su computadora. “¡Chicos, empecemos!”, dijo.

Los alumnos, con la música en la mano, hicieron un esfuerzo nervioso en la obertura. ”Trompetas”, les ordenó Zárate a tres alumnos del fondo, ”hagan que la introducción suene majestuosa —pa ra ra ra rá— ¡como si viniera un rey!”. Lo intentaron de nuevo. “¡Vamos a seguir repitiendo, repitiendo y repitiendo!”, les advirtió.

Luego llegó el momento de incluir las voces, cuya letra había compartido en un grupo de chat. Los alumnos sacaron sus teléfonos. Zárate iba a cantarles las armonías y los alumnos intentarían igualarlas. Empezaron juntos en español: “¡Cascabel! ¡Ha llegado su mariachi, sí, señor!”. Sin partituras, era difícil saber qué notas tocar y algunas de las voces empezaron a vacilar, cantaban la nota equivocada o desafinaban. Al oír la disonancia, sus voces se apagaron. Los miembros del mariachi no solo tienen que ser buenos músicos, sino que además tienen que aprender a cantar bien, sobre todo los violinistas, quienes suelen ser los solistas. Zárate y sus alumnos tenían que descubrir cómo superponer todas las voces de la manera correcta.

“Háganlo otra vez”, dijo. “Hagámoslo despacio”. Cantó la primera nota para poner el ejemplo: “Laaaaa… ¡que no les tiemble la voz!”. Los alumnos intentaron cantar las primeras palabras una y otra vez y Zárate daba un zapatazo cada vez que tenían que cambiar de nota. Seguía sin salir a la perfección. Decidió probar algo diferente e hizo un gesto para que se reunieran a su alrededor. “Háganlo despacio, no hagan vibrato”, ordenó. “Déjenme escuchar esa nota. ¡Acérquense, acérquense!”. “No le tengan miedo”, bromeó uno de los alumnos, provocando algunas risas. “Siempre y cuando no muerda”, dijo otro. Para este momento los estudiantes ya estaban hombro con hombro, algunos con los cubrebocas aún puestos. “Quédate en esa nota”, señaló Zárate, poniendo el ejemplo. ”Mariachiiiii… ¡y luego, cambias!”.

Por fin, empezó a escucharse lo que él buscaba. La compleja armonía se estaba concretando. “¡Bien, ese es el acorde!”, dijo. “¡Tóquenlo de nuevo!”.

Después de más intentos, Zárate estaba listo para que sus alumnos terminaran la frase, la cual anunciaría triunfalmente la llegada del grupo: ”¡Mariachiiiii… Cascabel!”. Esta vez, cuando los alumnos cantaron, sus voces produjeron una armonía intensa y sonora que ponía la piel de gallina. “¡Ya está!”, exclamó Zárate. Los alumnos se ubicaron en sus micrófonos. Una de ellas, eufórica, le dijo a su director: “¡Es muy talentoso!”.

La semana había terminado y los tres grupos habían sentado las bases de sus espectáculos. Ahora les esperaba el trabajo más duro. La siguiente semana, empezarían a ensayar más horas e incluso los fines de semana. No bastaba con tocar bien; el Mariachi Vargas los juzgaría por muchos otros detalles, como la manera de pronunciar las erres, el aplomo con el que se desenvuelvan y la técnica en sus instrumentos. “Con Vargas, todo gira en torno al espectáculo”, me dijo Rodriguez. “No puedes nada más salir a tocar un bolero. Tienes entre cinco y siete minutos para ganarte a los jueces. Tienes que dar un espectáculo convincente“.

Miembros del Mariachi Grulla de Plata de la Escuela Secundaria La Grulla en el festival Extravaganza 2021 con sus trajes de charro.
Miembros del Mariachi Grulla de Plata de la Escuela Secundaria La Grulla en el festival Extravaganza 2021 con sus trajes de charro.

La joya de la corona de la secundaria Roma, el Mariachi Nuevo Santander, siempre estuvo muy solicitado, incluso durante la pandemia. Kelly Clarkson entrevistó a Garza en la televisión nacional después de que el grupo grabó en video una actuación desde sus casas que se hizo viral y los invitaron a dar un concierto virtual para la toma de posesión latina del presidente Biden, donde ofrecieron una interpretación bilingüe de “This Land Is Your Land”. A nivel local, los estudiantes tocaban con frecuencia en ceremonias inaugurales y otros eventos cívicos.

La mañana de un cálido jueves de ese mes de octubre, iban a tocar en un acto patrocinado por el Servicio de Aduanas y Protección de Fronteras de Estados Unidos, en honor al mes de la Herencia Nacional Hispana. Iba a celebrarse en la histórica plaza de Roma, rodeada de edificios decimonónicos elegantes en diferentes etapas de restauración. Había tres carpas de plástico blanco adornadas con papel picado. Debajo de estas, había una veintena de agentes hispanos con uniformes azules y verdes sentados en mesas plegables de plástico con manteles de colores vivos y jarrones de barro con flores. Jaime Escobar Jr., el alcalde, estaba sentado con el jefe de bomberos y otros funcionarios locales. Cerca de ahí, había una mesa larga cubierta con un sarape mexicano y con bandejas de pan dulce, mientras que, al lado, dos mujeres zarandeaban piezas de pollo y trozos de ternera que chisporroteaban en parrillas de gas. Los mariachis permanecían en silencio a un lado con sus trajes de charro negros con plata, las mujeres con lápiz labial rojo y destellantes aretes colgantes. En el estrado delantero, uno de los violinistas, un chico llamado Francisco Garcia Jr., cantaba el himno nacional.

El evento pretendía celebrar las numerosas contribuciones de los hispanos a la nación estadounidense, un tema que parecía apropiado dado que cerca de la mitad de los agentes de la Patrulla Fronteriza son hispanos o latinos. También reflejaba, aunque sin querer, qué tanto la frontera y su vigilancia han proyectado una sombra cada vez más grande sobre la vida en el condado de Starr. En los últimos 30 años, ha aumentado el patrullaje en la región y se han levantado muros para tratar de frenar el flujo de drogas e inmigrantes indocumentados. Una parte de esas medidas responde a una cruda realidad y otra es teatro político. En marzo de 2021, el gobernador Greg Abbott, quien se postuló para la reelección este año, puso en marcha la Operación Estrella Solitaria, con la que inundó la región con miles de agentes de la Guardia Nacional de Texas y policías estatales. Estaban ahí para detener inmigrantes y confiscar drogas, pero cuando los agentes llegaron por primera vez, según me dijo un funcionario del condado, emitieron casi 18.000 multas de tráfico en poco más de cinco meses. En mis visitas, me rodeaban agentes que se alojaban en el mismo hotel de Rio Grande City durante sus misiones temporales y, mientras conducía de una ciudad a otra, no era raro que pasara seis o siete de sus camionetas en un lapso de 10 minutos. Aprendí a conducir a velocidades muy bajas y tenía la sensación de estar constantemente bajo vigilancia.

El orador principal del acto era un agente de la Patrulla Fronteriza llamado Sergio Tinoco, un hombre de unos 40 y tantos años con el pecho amplio y corte militar. Tinoco subió al estrado, donde había banderas estadounidenses y del gobierno ondeando detrás de él, y habló en voz baja y con seriedad. Dijo que junto con otros profesionales, los agentes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza ayudaban a servir de ejemplo para los niños del Valle y agregó que los padres de muchos no habían ido a la universidad. Se disculpó de antemano en caso de que le ganara la emoción, porque así había sido su propia historia.

“Hace 26 años hice el juramento por primera vez”, narró, y explicó que cuando se unió al ejército de Estados Unidos, lo consideraba un trabajo más, tras años de recorrer el país con su familia en la pizca de verduras desde que tenía 7 años. “Era algo que tenía que hacer para romper por fin el ciclo familiar de ser un trabajador migrante pobre”, señaló. “Este juramento significaba que ya no tendría que romperme la espalda. No tendría que recoger pepinos o tomates por 35 centavos de dólar por canasta”. No obstante, después de que los sargentos de instrucción, muy bien vestidos, lo destrozaron mentalmente en los entrenamientos y lo volvieron a formar, empezó a sentir que algo brotaba en su interior y lo identificó como orgullo estadounidense. Entonces, su vida como soldado dio un giro difícil. Lo enviaron a Bosnia, donde estuvo bajo fuego, desalojó fosas comunes y fue lanzado contra un tanque por la explosión de una mina terrestre. Comenzó a beber en exceso. En una noche de borrachera, golpeó a su mejor amigo de tal manera que el amigo acabó en el hospital. Un oficial instó a Tinoco para que se ocupara de su salud mental y se reconectara con la “grandeza” que aún estaba en su interior. Poco a poco, empezó a superar su situación.

En 2005, dos años después de abandonar el ejército, la Patrulla Fronteriza lo llamó y le ofreció un trabajo que lo llevaría de regreso a casa, al Valle. Su familia se opuso. “¿Cómo iba a unirme a una agencia que se encargaba de detener y deportar a personas como yo, en especial cuando todavía tenía familia viviendo en México?”. Pero el trabajo resultó ser sumamente gratificante. Los agentes se animaban entre sí, afirmó. “Todo esto ocurrió en tiempos en los que parece que la mayoría del país está en nuestra contra”. Les pidió a los agentes y oficiales del público que nunca dejaran de creer en personas como él.

El programa finalizó con algunos oradores más que hablaron de la fuerza que Estados Unidos saca de sus raíces migrantes. A continuación, el capellán volvió al estrado para cerrar el acto con una última oración: “Fuiste tú, Señor, quien todo lo creó. Así como diste vida al hombre con un soplo, tú, Señor, también hiciste a los hispanos, y fue bueno”. El capellán le pidió a Dios que “nos dé la fuerza y el valor para crear un lugar que reciba a todos”.

Luego llegó la hora de los tacos y los mariachis. Los estudiantes de la Roma se ubicaron junto a las carpas, y dirigieron la mirada hacia su director mientras los agentes aplaudían con cortesía. La primera violinista, una estudiante de último año llamada Adrianna Martinez, se inclinó hacia adelante, hizo una rápida señal con su arco y los estudiantes arrancaron con su interpretación de “El son de la Negra”, una canción que mucha gente considera el segundo himno nacional mexicano. Al finalizar el acto, el mariachi y su director posaron con los agentes para una fotografía.

Los estudiantes tenían los mismos sueños que Tinoco. Eran orgullosamente estadounidenses y, sin embargo, anhelaban ser acogidos por su comunidad. Unos días después, hablé con ellos en la escuela acerca de sus experiencias. Tres de los estudiantes vivían en Ciudad Miguel Alemán, en el estado mexicano de Tamaulipas, y cruzaban la frontera todas las mañanas para ir a la escuela en Roma. Martinez, la violinista, mencionó la ceremonia de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza y la aparente contradicción de celebrar a los agentes fronterizos y la herencia hispana a la vez. “Siento que esas dos cosas no coinciden”, dijo. “Es muy interesante, porque, de nuevo, son hispanos, así que técnicamente están de nuestro lado, pero también es interesante ver cuando no lo están”. Para ella, formar parte del mariachi era la manera de equilibrar cómo el sistema educativo le estaba inculcando la cultura estadounidense con los lazos que quería mantener con el pasado de su familia. Martinez admira la veneración que Garza les enseñó hacia los trajes de mariachi, al mostrarles cómo cuidarlos y respetarlos. “Creo que es importante estar siempre conectada a eso y saber que tiene importancia”, señaló. “Y de esa manera, siento que no soy demasiado mexicana, ni demasiado americana. Simplemente… soy mexicoamericana”.

Arleth García, de la Escuela Secundaria Grulla, con sus compañeros antes de participar en la competencia.
Arleth García, de la Escuela Secundaria Grulla, con sus compañeros antes de participar en la competencia.

Al acercarse el Día de Acción de Gracias, los mariachis entraron en la parte más agotadora de sus preparativos. Con el concurso Extravaganza a solo tres semanas, había llegado el momento de ensayar sus presentaciones en un escenario. Eso significaba practicar cómo entrar y salir, sincronizar sus movimientos en el escenario mientras los diferentes vocalistas se turnaban para cantar y proyectar la voz hacia el fondo de un gran auditorio. “¡Si tú lo sientes, el público lo va a sentir!”, le dijo Garza a su grupo mientras ensayaban en el moderno Centro de Artes Escénicas de Roma. Rodriguez estaba ensayando con el grupo de La Grulla en un auditorio más antiguo, donde los micrófonos no dejaban de fallar. “Chicos, sonó bien, pero parece que están aburridos”, les comentó. “¡Resuélvanlo, por favor!”. El tiempo de ensayo y las exigencias de las tareas escolares estaban agotando a los estudiantes, pero nadie dudaba que el esfuerzo valiera la pena.

Un martes después de los ensayos, fui a visitar a Martinez, la violinista de Roma, en la pequeña casa de ladrillos de su familia. La joven de 18 años me saludó vestida con pantalones de mezclilla, zapatillas deportivas Adidas blancas y una camiseta negra, llevaba el cabello tejido en una trenza a un lado. Era la mejor estudiante del último año y había tocado en el grupo representativo desde que estaba en el primer año. Martinez dijo que era la única estudiante de mariachi que tocaba dos instrumentos, al menos hasta donde ella sabía, pues en algunas canciones cambiaba a la trompeta, que había aprendido a tocar de forma autodidacta. Con diferentes grados de destreza, también había aprendido por su cuenta a tocar el ukulele, la vihuela, la guitarra, el piano y la batería. Su recámara era un altar a la música, ya que al menos nueve instrumentos yacían en su escritorio o colgaban de las paredes, junto a medallas de concursos, reconocimientos enmarcados y fotografías. Le encantaba grabar arreglos musicales en su MacBook y era estudiante de Producción de Video en la escuela. Soñaba con convertirse algún día en directora de cine y contó que estaba filmando un documental para su clase sobre la vida en Roma, donde se sentía afortunada de haberse criado porque era una comunidad muy unida. ”Pero obviamente”, dijo, “y todo el mundo va a decir esto, es que aquí es 99 por ciento hispano, así que no estoy expuesta a otras cosas. Solo estoy expuesta a lo que tenemos aquí. Así que eso puede ser muy limitante”.

A Martinez siempre le ha interesado la política. En sexto grado, trató de averiguar la opinión de sus compañeros de clase sobre el derecho al aborto. Pero fue en el periodo previo a las elecciones presidenciales de 2020 cuando empezó a seguirlas más de cerca. En 2016, el condado de Starr, históricamente un bastión demócrata, apoyó por mayoría a Hillary Clinton frente a Donald Trump, con un 79,1 por ciento frente al 19 por ciento, pero en 2020, registró el mayor cambio a favor de Trump en el país, ya que Biden ganó con solamente un cinco por ciento de los votos. Martinez dijo que Roma se sintió tajantemente dividida de una manera que no se había visto antes; los residentes se volvieron más “francos” sobre sus opiniones políticas. Ella se consideraba “más a la izquierda que los liberales”, pero conocía a muchos conservadores y los entendía. Los medios de comunicación nacionales publicaron historias sobre cómo los latinos se estaban volviendo republicanos y atribuyeron el cambio, en parte, a que sus residentes se identificaban como blancos en el censo de Estados Unidos. Pero Martinez tiene una opinión diferente.

”Aquí, mi casa está a literalmente cinco minutos de la frontera con México”, afirmó. “Vas a escuchar: ‘Somos mexicanos, somos texanos'”.

En cambio, dijo, los residentes del condado de Starr eran demócratas por tradición, conservadores desde el punto de vista social y estaban orientados a la familia, por lo que creyeron las afirmaciones republicanas de que votar por Biden significaría perder sus empleos en los campos petroleros. “En la escuela, mucha gente está emparentada con trabajadores de oleoductos”, dijo. “También entendí que se trata de la pandemia, todo el mundo depende de sus ingresos”.

A la tarde siguiente me reuní con otro estudiante, Joey Escamilla, el guitarrista principal en el Mariachi Grulla de Plata. Mientras el atardecer se convertía en noche, nos sentamos en una mesa de concreto para hacer pícnic en el parque local. Venía de su entrenamiento de lucha libre, recién bañado y con su cabello corto engomado hacia un lado. Llevaba anteojos con montura de alambre y una camiseta de lucha libre con la mascota de la escuela, Gator. Escamilla, que entonces tenía 17 años, estaba en el último año de secundaria y también había formado parte del grupo representativo de mariachi durante los cuatro años de estudio en Roma.

No era fácil crecer en un lugar como La Grulla, afirmó. Aunque el problema de la delincuencia en la frontera suele exagerarse en los medios de comunicación —el alcalde de Rio Grande City, Joel Villarreal, me había dicho, refiriéndose a la tienda de comestibles local: “¡No tienes que estarte peleando contra los cárteles para ir al H-E-B!”— sigue siendo una parte importante de la realidad de Escamilla. En La Grulla, los contrabandistas a veces contratan a chicos jóvenes para que les ayuden a pasar a escondidas las drogas o los migrantes por el puesto de control de inmigración del interior, a unos 130 kilómetros al norte. “Te pagan por esconderlos o te pagan por trasladarlos”, me contó. Como el pueblo está cerca del río, está plagado de patrullas y vehículos todoterreno de la Patrulla Fronteriza y los helicópteros sobrevuelan constantemente. Los delincuentes son una cosa, pero las autoridades plantean sus propios retos. Los estudiantes tienen que lidiar con que los policías estatales los paran de camino a los entrenamientos y los registran en busca de drogas antes de viajar a las competiciones; algunos tienen padres indocumentados que no pudieron asistir al Extravaganza debido al punto de control. Mientras hablábamos, Escamilla observó con cautela el parque. Señaló un auto amarillo que había dado varias vueltas y dijo: “Tengo la sensación de que tal vez piensen que eres una agente antidrogas”.

Parte de su familia había hecho el recorrido de los inmigrantes hacia el norte tres generaciones antes, para finalmente llegar a Richland, Washington, donde él nació. Con el tiempo, un divorcio hizo que su madre volviera a la frontera para estar cerca del resto de su familia, y Joey vivía con ella y sus tres hermanas pequeñas junto a la casa de su abuela, bisabuela y tatarabuela: cinco generaciones en casas aledañas en un mismo terreno. Pero dos de sus abuelas murieron de covid durante el punto álgido de la pandemia, de modo que la familia quedó sumida en la tristeza. El condado de Starr había registrado una de las tasas de letalidad más altas del país. La madre de Escamilla, auxiliar de asistencia a la salud a domicilio, se quedó sin trabajo y su pareja trabajaba fuera del estado. “Lo malo de crecer aquí es que a veces tienes que aprender a crecer rápido”, dijo. “Así que ahora, aquí estoy, un muchacho de 17 años, que me preocupo por: ‘¿Está bien mi mamá, están bien las niñas? ¿Se han pagado las cuentas?”. La presión y los horarios conflictivos de la lucha libre y el mariachi se suman a sus problemas y, a veces, es demasiado. En un ensayo reciente, tuvo que salirse del escenario porque tenía mucha ansiedad.

Pero cuando hablaba del mariachi, se le iluminaba la cara. “Me encanta esta música”, me dijo. “Es como mi vida entera”. Lleva años viendo videos en YouTube de los mejores músicos del género. “Quiero ser el mejor que haya existido”, dijo sonriendo. Esperaba alistarse en el Cuerpo de Marines y estar ahí unos años después de la secundaria, y luego estudiar música y convertirse en director de un mariachi en algún lugar fuera de Texas, lejos de las limitaciones que había experimentado en La Grulla. Le pregunté si creía que su grupo estaba listo para la Extravaganza y me dijo que todavía no, pero que sonaban “muy bien, no voy a mentir”. Con un poco más de esfuerzo, creía que podrían ser campeones. “Si pudiéramos tener un par de entrenamientos en los que estuviéramos concentrados a tope, divirtiéndonos, pero también con los ojos puestos en el premio”, dijo, “ay, hermano. Podríamos convertirnos en un monstruo”.

Después de tres semanas más de ensayos, por fin llegó diciembre. Era el momento del Extravaganza. En la secundaria Roma, los estudiantes estaban más que listos. El distrito escolar enviaba equipos de sus dos escuelas intermedias , así como sus equipos junior y principal , ambos entrenados por Garza. El jueves, 56 estudiantes partirían hacia San Antonio en autobuses alquilados y también iría otro autobús para los compañeros, así como una caravana de autos con los padres. En La Grulla, el equipo hacía sus últimos ensayos generales en la cafetería de la escuela, donde los micrófonos funcionaban mejor que en el antiguo auditorio. Era el momento de ser duro, para que los estudiantes pudieran pasar del ámbito de los buenos al de los campeones. “Ustedes no quieren ganar, ¿verdad?”, les preguntó una tarde el asistente de Rodriguez, Orlando de Leon. “Porque si así fuera, tendrían un comportamiento diferente en estos ensayos”. Dado el nivel de la competencia, un momento de debilidad en una canción, un pasaje musical que no hayan pulido, un defecto en sus posturas podría costarles el primer lugar.

La semana anterior, los estudiantes en Rio Grande City por fin recibieron toda la música que interpretarían. Decidir escribir todo el espectáculo con tan poco tiempo había sido un plan demasiado ambicioso para Zárate. Tenía que ponerse al día con el resto de sus responsabilidades laborales y en la noche le rezaba a Dios para que lo llenara de inspiración y pudiera terminar la segunda canción. Cuando los estudiantes se reunían, preguntaban ansiosos dónde estaban las partituras. Deberían haber estado ensayado todo el número esas seis semanas, como los otros equipos, pero su música les había llegado por partes. Zárate había oído hablar de los problemas de La Grulla con los micrófonos del auditorio del distrito escolar, así que se había registrado para usar el escenario de la cafetería, pero era difícil encontrar un tiempo porque la clase de teatro y el equipo de animadoras también lo necesitaban. Los estudiantes tenían que practicar sus entradas y salidas, así que en un último ensayo ese martes por la noche, practicaron en su salón estrecho; entraban en fila india con los sombreros puestos y los cables de los micrófonos enrollados en los pies.

Al día siguiente, encontré a Zárate en su oficina y me sorprendió verlo relajado. Sus alumnos se habían puesto al día rápidamente con la música, me contó, y se sentían preparados. “Están haciendo su trabajo”, dijo. “Están haciendo lo que se supone que tienen que hacer. Y, sobre todo, tienen hambre. Tienen hambre de música”. Parece que la pandemia ha hecho que todo el mundo tenga hambre: de reconectar socialmente, de escuchar música, de sentir algo. “Para mí, la música tiene que ver con los sentimientos”, expresó Zárate. Su punto fuerte como director era su gran talento musical. A los 4 años ya cantaba y tocaba la guitarra; a los 7, acompañaba con el violín a su padre, quien tocaba la guitarra en un restaurante local. Cuando escribía música, intentaba que sus canciones fueran imprevisibles, con acordes y cambios de ritmo inesperados que llevaran a los oyentes en un vuelo emocional. Pero su grupo no sonaba tan bien como el de Roma o La Grulla. Zárate lo sabía y sentía que hubiera podido hacerlos llegar a ese punto si hubiera tenido un poco más de tiempo. Pero tal vez los estudiantes tuvieran una ventaja al interpretar e impresionar al auditorio. La segunda canción de Zárate, la que pretendía mostrar la destreza técnica de los jóvenes, era un alegre y pegajoso huapango huasteco que era difícil de escuchar sin que te dieran ganas de bailar.

Le pregunté quién representaba la mayor amenaza en San Antonio y me dijo que era uno de los equipos de Las Vegas, la Academia de Artes de Las Vegas. Habían ido subiendo en la clasificación y en la última edición del Extravaganza quedaron en segundo lugar después de la Roma. Este bien podría ser el año en el que ganen el primer lugar, acabando con el reinado de los grupos del Valle. Los programas de mariachis de preescolar a secundaria en el área de Las Vegas han crecido muchísimo, pues cuentan con unos 6000 estudiantes inscritos. Aparte de los equipos de Las Vegas y los del condado de Starr, había otros seis grupos de escuelas secundarias del Valle que solían competir, dijo Zárate, aunque dos no asistirían este año. Eso dejaba al menos ocho mariachis que eran rivales serios en la lucha por el trofeo.

'Cuando te haces mariachi, siempre serás un mariachi', afirmó Yamil Yunes, quien fundó el grupo de Roma.
‘Cuando te haces mariachi, siempre serás un mariachi’, afirmó Yamil Yunes, quien fundó el grupo de Roma.

Esa noche, los jóvenes músicos tenían que hacer las maletas. Seis chicas de los grupos representativos —cuatro de Grulla, una de Roma y otra de Rio Grande City— habían llegado a la final del concurso de canto, por lo que además tenían que empacar vestidos voluminosos y accesorios para su atuendo. En el interior de una casa majestuosa de estuco de color beige en Rio Grande City, Michelle Meraz, de 14 años y estudiante de primer año, practicaba el canto con su vestido verde corte sirena, largo hasta el suelo y sin hombros, que le abrazaba las caderas y se abría en las rodillas con una enagua. El águila dorada del escudo mexicano estaba bordada en la parte superior de la falda y los lados estaban adornados con piezas metálicas doradas como los trajes tradicionales de los mariachis. Lo combinó con un sombrero de color hueso que tenía un borde verde y dorado y esta noche su pelo oscuro y rizado le caía por la espalda. Su abuela se quedó boquiabierta cuando Meraz salió de su habitación con el vestido puesto. Había pasado de ser una estudiante de secundaria a una hermosa cantante de rancheras, lista para hipnotizar al público.

La madre de Meraz —que creció en Ciudad Miguel Alemán antes de que ella y su esposo se trasladaran al norte del río para escapar de la violencia del narcotráfico— había encargado el vestido a un sastre de Monterrey, México, que habitualmente confeccionaba prendas para celebridades mexicanas. Meraz ayudó en el diseño y se comunicaba con el sastre mediante videollamadas mientras su madre le tomaba las medidas. Cuando el vestido estuvo terminado, la familia condujo dos horas para ir a recogerlo. Costó 2000 dólares, pero ella prometió que lo aprovecharía usándolo también en su fiesta de 15 años en la primavera.

A Meraz le preocupaba que su grupo no estuviera al nivel. “Fue un poco difícil porque ya todos tenían su música”, señaló. Pero la hacía sentir confiada pensar que ellos tuvieran otros puntos fuertes, por lo que no podía contener su emoción. Tocar con el equipo representativo en el Extravaganza, y a la vez competir como vocalista, había sido su sueño de toda la vida. Sabía que la competencia sería feroz, pero pensó que su equipo tenía posibilidades para el primer lugar por su energía y entusiasmo. “Eso es lo que realmente me gusta de nuestro grupo”, dijo. “Se están metiendo de lleno: sonrisas, todo, espectáculo. Me encanta eso”.

Para los estudiantes del Valle, San Antonio, más o menos a 320 kilómetros al norte, es la gran ciudad estadounidense más cercana. Las familias esperan todo el año para el Extravaganza, incluso los bebitos llegan con camisetas a juego para apoyar a un familiar mariachi mientras los adultos llevan pancartas, pompones y matracas para alentar a su equipo durante la competencia. Cuando los estudiantes del condado de Starr llegaron el jueves en la tarde, lo primero en el orden del día era registrarse en sus hoteles y ponerse pantalones de mezclilla y las camisetas de su escuela para su primera actuación: una serenata pública en el paseo River Walk, donde el río San Antonio fluye alrededor de una pequeña plataforma de concreto rodeada de tiendas y restaurantes bien iluminados. Uno a uno, los competidores del festival cruzaron un puente de concreto hacia el escenario, junto a un imponente árbol de Navidad adornado con luces doradas, y tocaron algunas de sus melodías más populares para el público, mientras las lanchas de los turistas pasaban flotando.

Se sentía como una época alegre, el comienzo de la temporada festiva. Pero después de su actuación, los estudiantes de Grulla y Rio Grande City regresaron a su hotel. El distrito escolar de Roma había alojado a los estudiantes en el hotel oficial del evento, el Grand Hyatt; para mantener los costos bajos, Cascabel y Grulla de Plata se quedaban en La Quinta Inn a dos cuadras de distancia. Sus directores querían hacer un ensayo más y, luego de practicar por separado, cada equipo tocaría para el otro para que los estudiantes se acostumbraran a una audiencia. Hasta ahora, nadie había visto sus números; los directores trabajaron con más empeño del normal para que los programas se mantuvieran en secreto y Zárate les advirtió a los estudiantes que no tomaran ningún video ni publicaran en las redes sociales. Luego de que Rio Grande City ganó un volado y eligió ser el segundo en ensayar, los integrantes de ambos grupos no tardaron en hacerse amigos. Mientras cada grupo tocaba, el otro escuchaba, boquiabierto. Cada uno era impresionante a su manera y era difícil predecir a cuál de los dos calificaría mejor un juez. Ambos equipos querían ganar, pero también parecía que los estudiantes estaban desarrollando un vínculo; no importaba quién ganaría, iban a celebrar el éxito del otro.

El viernes por la tarde en el centro de convenciones de la ciudad, después de una mañana de talleres, comenzaron las semifinales. Primero, compitieron 12 escuelas intermedias y las dos escuelas de Roma salieron victoriosas, como suele pasar, y obtuvieron el primer y segundo lugar. Luego fue el momento del concurso de los estudiantes de secundaria . Durante las siguientes tres horas, 19 grupos cantarían y los miembros de Mariachi Vargas seleccionarían a seis finalistas que volverían a tocar al día siguiente. Los tres jueces se sentaron bajo el escenario vestidos con camisas tipo polo con el color azul del festival, todos con varias hojas para calificar y una taza de Starbucks. El auditorio era un mar de familias y jóvenes mariachis.

El primero entre los equipos del condado de Starr era Rio Grande City. Cuando anunciaron su escuela, los integrantes del Mariachi Cascabel subieron con calma al escenario, con el instrumento en una mano y el sombrero en la otra. Dejaron sus sombreros un momento y ajustaron sus micrófonos mientras un silencio tenso embargaba la sala. Sofia Ozuna, la violinista principal, miró a su alrededor, asegurándose de que todos estuvieran listos. El reloj comenzaría a contar con su primera nota y violar el límite de siete minutos, aunque fuera solo por unos cuantos segundos, podría provocar que los descalificaran. Ozuna volteó a ver al público y esbozó una gran sonrisa. Levantó su sombrero hacia el cielo mientras los demás imitaban su gesto y luego, juntos, los bajaron sobre su cabeza. Ahí fue donde sucedió la transformación más grande. Los estudiantes tenían que sacar lo mejor desde su interior, interpretando la mejor versión de sí mismos. Ozuna hizo un rápido un-dos con su arco y comenzó la música, el tema regio que Zárate había escrito.

Las fortalezas de Rio Grande City eran su energía, su presencia en el escenario y su musicalidad. Las canciones de Zárate eran únicas y estaban llenas de sabor y los estudiantes las complementaban llenándose de vitalidad como no habían hecho en los ensayos. Sus rostros se mostraban muy expresivos y estiraban los brazos, cantándoles directamente a los jueces. Luego de que comenzó la segunda canción, el huapango pegajoso, los violinistas se lanzaron a su solo grupal, un arreglo vertiginoso y muy técnico de llamada y respuesta. A continuación, siguieron las trompetas, que se habían mostrado a veces inestables en los ensayos, sonando brillantes y en su mayoría pulcras. Los jueces escuchaban atentamente, agachándose de vez en cuando para escribir algo. Cuando el grupo terminó, se echaron hacia atrás y aplaudieron.

Michelle Meraz, integrante del Mariachi Cascabel, actuando en la competencia vocal solista de la Extravaganza.
Michelle Meraz, integrante del Mariachi Cascabel, actuando en la competencia vocal solista de la Extravaganza.

Otra secundaria tocó y luego fue el turno de La Grulla. Del otro lado del auditorio, decenas de padres ostentaban pancartas azules y blancas que decían: ”G. H. S. 2021 Mariachi Grulla de Plata”. Mientras los estudiantes caminaban al escenario, sus trajes nuevos relucían bajos los reflectores, tal como quería Rodriguez. Siguió un ritual similar. Se pusieron sus sombreros y los adolescentes se convirtieron en profesionales. La música comenzó; las voces resonaron. Los estudiantes se esforzaron sin descanso en sus dos canciones, sin que la intensidad de su sonido decayera en ningún momento. En conjunto, fueron los que mejor cantaron de todos los equipos del concurso. Además, fueron muy técnicos y tocaron con precisión. Su interpretación evocó un particular sentimiento de orgullo mexicano. Parecía que podían ganar. Cuando terminaron, los violinistas mantuvieron sus arcos en el aire y luego todo el grupo hizo una reverencia elegante. Una vez más, los jueces sonrieron y aplaudieron en señal de aprobación.

Veinte minutos después, fue el turno de Mariachi Nuevo Santander. Pasaron después de la Academia de Artes de Las Vegas, cuyos integrantes ofrecieron un espectáculo vigoroso que dejó en claro por qué los equipos del condado de Starr los consideraban un rival. Cuando el presentador pronunció el nombre de la Roma, la sala estalló en fuertes vítores, con pompones rojos agitándose en el aire. Roma era conocida por llenar la sala de admiradores entusiastas. Los familiares de Martinez, la violinista, agitaban letras que deletreaban “NANA”, su apodo. Como habían ensayado tantas veces, los estudiantes subieron al escenario con trajes de color hueso con adornos rojos y botas rojas. Martinez hizo una señal con su arco y comenzó la primera canción. La Roma tocó con un sonido grande y equilibrado y una técnica casi perfecta, como había hecho año tras año con Garza. Uno de los jueces, un guitarrista llamado Jonathan Palomar, empezó a asentir con la cabeza al ritmo de la canción.

Entonces, comenzó la segunda canción. Garza había seleccionado “Qué bonita es esta vida”, popularizada por el cantante colombiano Jorge Celedón y arreglada para mariachi. La canción rinde homenaje a la vida, lo que a Garza le pareció apropiado después del aislamiento y las muertes que había sufrido el condado de Starr a causa de la pandemia. Garcia, el violinista que interpretó el himno nacional en la ceremonia de la Patrulla Fronteriza, comenzó a cantar: “Me gusta el olor que tiene la mañana…”. Tres estudiantes se unieron a él en el coro, armonizando: “Ay, qué bonita es esta vida/Aunque a veces duela tanto/Y a pesar de los pesares/Siempre hay alguien que nos quiere, siempre hay alguien que nos cuida”.

Siguieron los solos de instrumentos. Christian Cano sacó su arpa al frente del escenario e hizo bailar sus dedos sobre las cuerdas. Después de tocar con los violines, Martinez cambió su instrumento y se unió a los trompetistas en su solo de grupo. Mientras los estudiantes cantaban, Óscar Ortega, un juez que había estado moviendo la cabeza y dando golpecitos al ritmo de la música, tomó ahora una servilleta doblada y se secó los ojos. Había hecho lo mismo con la interpretación de la Academia de Las Vegas, y era claro que no podía ocultar las lágrimas. Los jueces siguieron anotando y, cuando terminó el espectáculo, aplaudieron mientras el público coreaba: “¡Roma, Roma, Roma!”.

Los equipos universitarios siguieron a los de secundaria , así que ya era de noche antes de que los jueces subieran al escenario para anunciar a los finalistas del nivel de secundaria. El primer nombre que pronunciaron fue un poco sorprendente: el grupo juvenil de la Roma había sido seleccionado. Fue una hazaña impresionante para Garza, que había preparado a ambos equipos durante el mismo tiempo que los otros directores habían entrenado a uno solo. Los siguientes cuatro anuncios no fueron del todo inesperados. El Mariachi Cascabel, el Mariachi Grulla de Plata y el equipo representativo del Mariachi Nuevo Santander también pasaron, junto con el Mariachi Nuevo Cascabel de la secundaria Sharyland, también del Valle. Entonces, como Zárate había predicho, anunciaron al sexto y último conjunto: Mariachi Internacional de la Academia de las Artes de Las Vegas.

El hecho de que cuatro de los seis finalistas fueran del condado de Starr fue otra hazaña impresionante. Los jueces explicaron que las puntuaciones de hoy se descartarían y que cada grupo competiría desde cero mañana ante tres jueces nuevos. Después de tres meses de preparación, todo se reduciría a una última presentación.

El último día del festival comenzó con un indicio prometedor para el condado de Starr: dos de los cantantes de la Grulla quedaron en tercer lugar en la competición vocal. Lo único que les quedaba a los directores esa tarde era dar un mensaje final a los equipos, ya vestidos y a la espera de sus calentamientos. Cada director abordó estos momentos de forma diferente. Rodriguez reunió a sus alumnos en un pasillo para decirles que, tras revisar un video de la actuación del día anterior, quería hacer algunos ajustes. “Como director, les pido que respeten mis decisiones”, dijo. Los alumnos asintieron y él los condujo entre bastidores a su camerino, donde repasarían las partes del número que, en su opinión, debían ajustarse.

En el camerino contiguo, el calentamiento del equipo de Rio Grande City tuvo una grata interrupción cuando Carlos Martínez, el director del Mariachi Vargas, apareció para desearles lo mejor. Les dio una charla de ánimo improvisada en español. “Para mí, esto es lo más hermoso”, dijo sobre la música de mariachi, “y qué maravilloso que habiendo nacido ustedes aquí en Estados Unidos, continúen con nuestras tradiciones de México”. Animó a los estudiantes a que disfrutaran estar en el escenario. Cuando se marchó, Zárate decidió dejar que su equipo se relajara en los minutos que quedaban antes del espectáculo. Tomó un guitarrón y se unió a los alumnos mientras cantaba “Mi tesoro” y uno de sus ayudantes improvisó un melancólico solo de violín.

En una habitación cercana, los miembros del Mariachi Nuevo Santander se reunieron alrededor de Garza con los ojos cerrados mientras él decía una oración en español. Cuando terminó, se persignaron y Cano, el arpista de primer año, se secó las lágrimas. Garza, un gran orador, les dio un discurso: “Ayer, ¿pensaron que era su mejor actuación? Quédense con ella o háganla aún mejor. Pero van a mostrar el gran corazón que tienen. Y no se contengan. Todo, cada gramo de sangre, de alma, de energía y de corazón y de orgullo y de pasión estará en el escenario para que todos lo escuchen. Tienen que tocar todos los corazones del público, incluidos los de los jueces”.

A las 3:40 p. m., el Mariachi Cascabel, el segundo grupo en cantar, estaba en las penumbras del escenario, listo para entrar en escena. Zárate parecía feliz y relajado. “¡Adelante, chicos!”, dijo, y el espectáculo comenzó.

Uno a uno, cada uno de los grupos repitió sus enérgicas interpretaciones del día anterior. Había pequeñas imperfecciones, pero para el oído inexperto eran difíciles de discernir. El jurado, que esta vez incluía a Martínez, junto con el trompetista Agustín Sandoval y el arpista Víctor Álvarez, escuchaba atentamente, se acercaban para susurrar algo al oído de sus compañeros y tomaban notas. En un momento dado, Martínez tamborileó con sus manos sobre la mesa y tocó una guitarra imaginaria sobre su pecho.

Luego se acabó, y los jueces desaparecieron en una sala privada para determinar los ganadores. Se les había pedido que calificaran a los equipos en cinco categorías: trompetas, violines, sección rítmica, vocalistas y presentación. Se juntaron y colocaron sus hojas una al lado de la otra para comparar notas. Los jueces compartieron sus puntuaciones e impresiones positivas de cada uno de los grupos en el orden en que habían actuado.

Rio Grande City: “Excelente cambio de los ritmos. Un buen manejo…”.

La Grulla: “Los solistas, TODOS, todos muy afinados, cada uno…”.

Roma: “Trompetas, eran un dueto nada más, y sonaba muy bien…”.

Las Vegas: “Me gustó que cantaban pizzicatos, eso no lo hace nadie más…”.

Pero también hubo críticas mordaces. Les decepcionó que una intérprete cantara tanto que apenas tocara su instrumento. En otro grupo, no les gustó que un chico llevara un arete, otro tuviera el pelo largo y un tercero llevara una hebilla de cinturón que no hacía juego. Al final, las puntuaciones de los tres primeros equipos eran muy ajustadas, con diferencias de menos de un punto y un empate. Así que discutieron factores adicionales, como la dificultad de las canciones y cómo los había hecho sentir cada grupo. Al final, los jueces estuvieron de acuerdo en clasificar a los equipos en el mismo orden, aunque las diferencias fueran tan pequeñas.

“A mí sí me salió un ganador”, dijo Sandoval. “A mí también”, dijo Álvarez. Cuando terminaron de puntuar, Martínez reflexionó sobre lo complicado que había sido, ya que únicamente pequeños detalles diferenciaban a los tres primeros mariachis. “Qué difícil. Qué difícil”, dijo.

Cuando se corrió la voz de que el anuncio era inminente, los inquietos alumnos y padres volvieron a sus asientos, y los jueces volvieron a aparecer en el escenario. Martínez explicó que anunciarían el tercer, segundo y primer puesto, y pasó el micrófono a Álvarez para que comenzara. “Y el tercer lugar, es para el mariachi…” Álvarez hizo una pausa para dar un efecto dramático. “¡Nuevo Santander, Roma High School!”.

El público aplaudió, pero una evidente sensación de sorpresa flotaba en la sala. Varios grupos esperaban desplazar a Roma al segundo puesto, pero nadie esperaba que obtuviera el tercero. Esto dejaba la puerta abierta para que no uno, sino dos colegios más brillaran este año. Los alumnos de Roma parecían decepcionados, pero se tomaron la noticia con elegancia y caminaron hacia el escenario con la cabeza en alto. Aceptaron su trofeo y posaron para una foto de grupo con los jueces, y luego volvieron a sus asientos.

Fue el turno de Sandoval de anunciar el siguiente puesto. “El segundo lugar, es para el mariachi… ¡Grulla de Plata, Grulla High School!”. La sala estalló en vítores. Los estudiantes de Rio Grande City saltaron de sus asientos con alegría, gritando, y el equipo de Grulla se dirigió al frente, luciendo orgulloso y satisfecho. En el escenario, dos chicas se hicieron discretamente un selfi con sus teléfonos.

Ahora los estudiantes de Rio Grande City miraban tensamente el escenario desde sus asientos. Algunos apretaban las manos. Su escuela no había sido llamada, pero tampoco la de Las Vegas, que había ofrecido potentes espectáculos ambos días, tan buenos como cualquiera de los grupos del condado de Starr, al parecer. Así que iba a ser todo o nada para ellos. Martínez tomó el micrófono y explicó lo difícil que había sido elegir un ganador. Felicitó a todos los equipos y a sus maestros por ser tan buenos representantes de la música de mariachi.

“Pero esta vez”, dijo, “decidimos entre los tres que fuera… el primer lugar es para el Mariachi Cascabel, de Rio Grande City High School!”.

Integrantes del Mariachi Cascabel al conocer su victoria en el festival Mariachi Vargas Extravaganza 2021, un triunfo que les otorga el derecho a ostentarse como campeones nacionales de mariachi.
Integrantes del Mariachi Cascabel al conocer su victoria en el festival Mariachi Vargas Extravaganza 2021, un triunfo que les otorga el derecho a ostentarse como campeones nacionales de mariachi.

Los alumnos de Zárate gritaron, saltaron de sus asientos y se agarraron unos a otros en pleno éxtasis e incredulidad. Irrumpieron en el escenario, gritando. Coreaban “¡Rio, Rio, Rio!”, mientras levantaban los puños. En el suelo del auditorio, Zárate sonrió mientras sus asistentes lo abrazaban y le daban palmadas en la espalda. Ozuna, la violinista, aceptó el trofeo de manos de un sonriente Martínez, y el grupo posó para una foto. A continuación, los alumnos de Grulla corrieron hacia el escenario para unirse a sus amigos, y los mariachis vestidos de rojo y azul se abrazaron con alegría.

Después, en el vestíbulo del teatro, Zárate parecía feliz pero exhausto. “No sé ni qué sentir, ha sido una montaña rusa”, dijo. Reflexionó sobre todos los retos que había planteado el semestre. Sus ojos se humedecían y sonreía: “Debería hacer otra composición con todos estos sentimientos que estoy viviendo ahora”.

Muchos otros concursos sucedieron esa primavera. En una importante competición en la Universidad de Texas Rio Grande Valley, Roma obtuvo el primer puesto superando a Rio Grande City y otros equipos, reivindicando a Garza y a sus estudiantes. Y cuando llegó el verano y se convirtió de nuevo en otoño, los tres directores comenzaron a prepararse para competir por otro título nacional. El 17 de noviembre comenzará el concurso Extravaganza de este año, aunque, en una transición un tanto melancólica, el Mariachi Vargas de Tecalitlán, ahora bajo una nueva dirección, no regresará. El festival se negó a cumplir con una petición de honorarios más altos, según los organizadores del evento, y otro grupo bien considerado —por cierto, llamado Mariachi Nuevo Tecalitlán— será juez en su lugar.

En cuanto a lo que les depararía el futuro a los estudiantes del condado de Starr, eso estaba por delante. Algunos dejarían la frontera, buscando nuevas oportunidades, y otros se quedarían, respondiendo a la atracción de la familia y la comunidad. Se convertirán en instructores de mariachi, ingenieros, quizás incluso directoras de cine. Adrianna Martinez se inscribió en el programa de radio, televisión y cine de la Universidad de Texas en Austin, donde también toca en el mariachi de la universidad junto con otros cuatro graduados en la secundaria Roma. Escamilla tomó un camino diferente a su plan original, inscribiéndose en un programa de enfermería en una universidad local, todo pagado a través de ayuda financiera. “Sí, parece que esto es lo mío”, me dijo con orgullo. Pero también era consultor del mariachi Grulla, y compartió con entusiasmo que cinco de sus vocalistas femeninas habían llegado a la final y competirán en el Extravaganza.

Lo que todos los estudiantes compartían es que el mariachi los había cambiado. La experiencia de subirse a un escenario, de competir juntos como compañeros de equipo, de atraer al público con su música, les había mostrado a todos que contenían una versión mucho más grande de sí mismos. Sea cual sea el camino que tome cada uno, Yamil Yunes tenía razón: siempre serían mariachis.

“No sé ni qué sentir, ha sido una montaña rusa”, dijo Zárate.